La trayectoria de Pablo Núñez Catalán, esgrimista chileno de 30 años, ha estado marcada por desafíos y resurgimientos. La derrota en los Juegos Panamericanos de Lima 2019 fue un golpe duro que lo sumió en la duda y la frustración. Sin embargo, el apoyo incondicional de su familia y su propia determinación lo impulsaron a levantarse. Cuatro años más tarde, su medalla de plata brilla como un símbolo de que cada caída puede ser un nuevo comienzo. Hoy, se erige como el esgrimista número uno de Chile y se prepara con fervor para clasificar a los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 2028.

Por: Jarlin García


En el Centro de Entrenamiento Olímpico, Pablo Núñez ha encontrado su verdadero elemento: la espada. La sala, bañada por la luz del sol que se filtra a través de las ventanas, resuena con el sonido metálico de las estocadas y el roce de sus pies sobre el suelo pulido.

Vestido con la polera de la Selección Chilena, se entrega a su entrenamiento de lunes a sábado, perfeccionando cada movimiento mientras el sudor recorre su frente. Con las manos, Pablo explica el camino que quiere recorrer para llegar a su próxima meta: defender su medalla en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 2028.

Con la mirada firme en este objetivo, se prepara para dejar un legado en la esgrima. La plata que recibe el equipo nacional debe ser compartida entre todas las categorías, lo que resalta la importancia de su desempeño.

Para mantener su beca y aspirar a mayores logros, necesita destacar en los Juegos Panamericanos: una medalla de oro le brindaría un aumento en su apoyo, mientras que una plata le permitiría conservar su actual beca, y un bronce significaría una disminución.

Cada estocada y cada ensayo son más que entrenamiento; son pasos firmes hacia su sueño. La presión de su situación no solo motiva su esfuerzo, sino que también lo impulsa a forjar un camino hacia el éxito, donde cada día en el centro de entrenamiento se convierte en una oportunidad para acercarse a su meta.

Consciente de que el camino hacia el éxito es desafiante, Pablo ha trazado un plan estratégico para clasificar. Su objetivo es posicionarse en el ranking mundial, y para ello ha comenzado a ahorrar y buscar auspicios que financien su estadía en Europa.

Para él, las finanzas son una parte fundamental de su preparación, un área que domina gracias a sus estudios en ingeniería comercial: «Soy un hombre muy cuadrado para mis cosas», afirma, aludiendo a su meticulosa organización de metas y proyectos en un Excel, reflejando su determinación y enfoque en el futuro.

En este espacio, no solo se encuentra con su espada, sino también con Luciano Inostroza, su entrenador desde hace más de 10 años, quien ha sido testigo de su evolución. Luciano, orgulloso de lo que Pablo se ha convertido, recuerda los momentos en que la disciplina era un desafío para él.

Pablo Núñez inició su camino en la esgrima a los 10 años, practicando florete. A los 15, en el 2008, cambió a espada bajo la guía de Luciano, quien era profesor en una academia. Debido a la falta de regularidad en su entrenamiento, Luciano solo pudo ofrecerle clases esporádicas.

Sin embargo, todo cambió en 2012, cuando Pablo ingresó a la universidad a estudiar Ingeniería Comercial en la Universidad Adolfo Ibañez y Luciano asumió la dirección de la selección nacional de espada. Establecieron un nuevo compromiso: «Aquí ya no es el cometa Halley; tienes que venir todos los días». Esa frase motivó a Pablo a dedicarse plenamente a su entrenamiento, incrementando el volumen de sus sesiones y mejorando su habilidad y disciplina. «Siempre supe que lo haría», afirma Luciano con orgullo en la mirada.

Dejar un legado

Con paso firme, Pablo se dirige a la Municipalidad de Peñaflor, su traje y corbata contrastando con la pasión deportiva que lo define. En su mente resuena una misión: dejar un legado doble. No solo busca popularizar la esgrima en Chile, sino también compartir su conocimiento y experiencia a través de su propia academia.

Mientras sus zapatos resuenan por las calles de Peñalolén, donde vive con su pareja, su gata Mini y su perro Bobi, lleva la ilusión de que la Municipalidad apruebe los permisos necesarios para lanzar un pequeño taller de esgrima y el primer paso hacia su sueño de tener su propia academia. La respuesta fue positiva: «Vamos a buscar un lugar para tu taller».

Florencia Villegas conoce a su pareja hace ocho años y habla con admiración sobre su dedicación y disciplina: «Llegó feliz, pero hasta que no dé su primera clase, no estará completamente satisfecho», comenta, con un tono que mezcla cariño y preocupación. Reconoce el sacrificio que conlleva su compromiso y cómo este impactará en su día a día.

«Me da felicidad su felicidad, pero es obvio que tendrá menos tiempo», reconoce Florencia, consciente de que su trabajo, entrenamientos y clases le restarán horas. La disciplina de Pablo es inquebrantable, incluso cuando eso significa rechazar los momentos de descanso que podrían compartir: «A veces le digo que no vaya a su entrenamiento de la mañana, pero él va igual. No sé si agradecerle al Luciano por eso o no», dice entre risas, reflejando tanto su apoyo como su resignación ante la pasión de Pablo.

En su vida personal, Pablo y Florencia han discutido abiertamente su deseo de no tener hijos. A sus 28 años, Pablo ha expresado en varias ocasiones que le gustaría ser padre, pero respeta la decisión de Florencia: «Creo que ella aún podría cambiar de opinión», reflexiona, aunque por el momento ambos están enfocados en los sueños que los apasionan.

Este entendimiento mutuo les permite mantener una relación sólida, donde cada uno persigue lo que les hace felices: «Es mejor que siga adelante con sus sueños que renunciar a lo que realmente lo llena», recuerda Florencia, aludiendo al complicado año de 2019, cuando Pablo enfrentó la tentación de dejarlo todo atrás.

Lima 2019

La ciudad de los contrastes fue el telón de fondo para un momento decisivo en la carrera de Pablo. Llegó con una preparación impecable, posicionado entre los 64 mejores del mundo, listo para enfrentar el desafío.

Sin embargo, el día de su competencia, se sintió desconectado de su propia esencia: «No me sentía ‘yo’ arriba de la pista», recuerda con desazón. Esa sensación desconocida lo llevó a fracasar, quedando en último lugar, lo que le enseñó que, aunque la preparación física es crucial, el dominio de la mente es lo que realmente diferencia a los buenos atletas de los grandes campeones. Esa noche oscura en Lima se convirtió en un compromiso para nunca volver a sentir esa pérdida de control, transformando el dolor en impulso hacia sus futuros objetivos.

Herencia del padre

Pablo, hijo de Jorge Núñez, vive una conexión especial con la esgrima que comenzó un día cualquiera en el gimnasio. Ese martes , mientras su padre se preparaba para entrenar, Pablo decidió acompañarlo y tomó una espada por primera vez: «Cuando Pablito asió el arma, vi cómo se iluminó su mirada», recuerda Jorge con emoción: «Me sorprendió cómo comenzó a realizar movimientos que yo había practicado, como si tuviera una familiaridad con la esgrima».

A pesar de la influencia de su padre, Pablo nunca sintió la presión de seguir sus pasos. En momentos de duda, se cuestionaba si su pasión era genuina o solo un deseo de complacer a Jorge. Con el tiempo, descubrió que su amor por la esgrima era auténtico, guiado por su propia exigencia.

Hoy, cada entrenamiento no solo forja su propio camino, sino que también allana el de futuras generaciones de esgrimistas chilenos, recordando que cada caída es solo el preludio de un nuevo ascenso.



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